Lágrimas en el desierto
Los desiertos son y serán
asociados a la poca vida, a la muerte. El fin se manifiesta en cada gota de
agua que deja de caer, en sus sedientas tierras. Los hay para todos los gustos;
arenosos, fríos, rocosos e incluso polares, pero no los hay húmedos.
Somos países que sufren una
especie de sequía heredada e incontrolable, que nos demarcan el día a día, la
mentalidad y la forma de actuar. Ejemplo de ello, son aquellos que creyeron en
estados que decían ser de todos pero eran de pocos, y terminaron siendo de
nadie. Estados en los que hay fútbol para todos, periodismo para todos,
préstamos para todos, asignaciones para todos, pesos para todos; pero
desafortunadamente también hay corrupción para pocos, mansiones para pocos,
lujos para pocos, dólares para pocos.
Sequías de los que creyeron en
las fórmulas mágicas de la lucha armada, como las dictaduras, los procesos
revolucionarios en nuestro continente. Que hoy buscan fantasmas con forma de
dictadoras o golpes de estado.
Sequías de los que creyeron en la
vía electoral, desde partidos que pasaron de la palabra ardiente a los
discursos bajos de condimento; partidos que empezaron prometiendo combatir el
sistema y terminaron administrándolo.
Peor aún se hacen dueños de lo público, como un tal Amado (mas bien
"odiado”) Boudou.
Sequías de los que se creyeron
seres superiores por su simple color de piel, género, cultura, religión,
posición geográfica, o cualquier ocasional viento a favor. De los cruceros que
aplastan a los pesqueros, de los blancos a los negros, de los empleadores a los
empleados, de los conquistadores a los conquistados, de los golpeadores a las ni una menos mujeres.
Son muchos los que terminan
pidiendo disculpas por haberse llamado creadores de recetas para conquistar el
cielo; son muchos los que fervorosamente se dedican borrar sus propias huellas
y se bajan de los ideales, como si estos fueran un camellos cansados en el
desierto. A modo de ejemplo; el nuevo discurso Pro-K de quienes se hacen llamar
el cambio.
Estos son tiempos de trágica, y
quizás también saludable, sequía de certezas. Las promesas parecen palabras sin
peso, agua que no moja, tambores que resuenan fuerte por su falta de contenido. Convirtiéndonos en países navegantes sin un rumbo aparente, en direcciones
frecuentemente dudosas, cambiantes. Que por momentos parecen desiertos no solo
por la falta de agua, sino porque todos los caminos se ven iguales.
No dejemos que estas sequías
conviertan a nuestras fértiles tierras en desiertos.
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